Luces en la oscuridad
Símbolos. La Plaza de Mayo copada por la multitud. 29-10-2010 / La primera respuesta a la noticia fue una masiva movilización popular. Imágenes, protagonistas, cánticosy banderas de una jornada intensa.
Por Diego Rojas
Bajo el cielo oscuro de la noche, mientras empezaba a soplar un vientito frío, la percepción de la historia se hizo presente en la Plaza de Mayo. Amuchados, hombro a hombro, juntos, decenas de miles de hombres y mujeres desbordaban no sólo todo el perímetro del más nacional de los espacios verdes, sino que ocupaban las calles de varias cuadras alrededor. Hombres y mujeres que avanzaban paso a paso o que se detenían porque todo estaba ya colmado y daban vuelta sus caras, miraban a los costados y –en las otras siluetas, los otros rostros, los otros pasos– se reconocían a sí mismos. A las ocho y media de la noche del miércoles en que falleció Néstor Kirchner, una parte muy importante de la población había decidido autoconvocarse y marchar, homenajear al ex presidente a través del engranaje de la movilización, pero no sólo eso, sino también realizar una declaración política a pocas horas de su muerte. Una manifestación que se difundió sobre la base de la voluntad de apoyar al gobierno de Cristina en momentos tremendos. Tremendos en lo personal, pero también en lo político: como siempre sucede con la muerte, y sobre todo ante la muerte del líder del movimiento que gobierna el país, sobre el país se cernía la incertidumbre. Pero a las ocho y media de la noche del miércoles en que murió Néstor Kirchner se podía afirmar que las reservas de movilización popular no habían sido agotadas, que una parte importante de la sociedad tomaba la decisión de reafirmarse como actor político.
Apenas conocida la noticia, la Plaza de Mayo volvió a configurarse en el imaginario social como un lugar físico al que acercarse, como un horizonte. A horas, solamente, de la muerte de Kirchner, algunas personas, casi por instinto natural, se comenzaron a acercar a la plaza. Se empezaron a congregar, a dejar crespones sobre el vallado que está cerca de las puertas de la Casa Rosada, comenzaron a preguntarse qué habría de pasar. La columna de Rosendo Fraga había sido publicada en la web de La Nación apenas conocido el fallecimiento, el programa de la derecha empezaba a perfilarse como una posibilidad carroñera, de arrasamiento de los derechos conquistados durante estos tiempos. Por e-mail, en Twitter, en Facebook, la convocatoria se masificó: “A las ocho, en la plaza, para defender el gobierno de Cristina”. Pero muchos, muchísimos, no quisieron esperar hasta que el sol cayera.
Llegaron antes. A las cuatro de la tarde ya poblaban el césped, los canteros, la pirámide (donde se había colocado un segundo vallado). Flameaban las banderas argentinas que habían llevado desde sus casas o que habían comprado allí mismo. Discutían en grupos, discutían mucho, homenajeaban la política de derechos humanos, insultaban a Héctor Magnetto, CEO de Clarín, hacían profesión de fe kirchnerista, pero también se preguntaban: ¿qué pasará con ella? “Cuervos” y “caranchos” fueron palabras que se repetían.
Al principio fueron las agrupaciones de jóvenes kirchneristas. Centenares de chicos de La Cámpora se unieron a los otros centenares de la JP Evita y del MPR, que entonaban cada cierta cantidad de minutos las estrofas de la marcha peronista y agitaban los dedos en V, para luego cantar el Himno Nacional y sumar todas las voces de los dolientes. Estallaban aplausos que se mantenían sonando varios minutos, las palmas no detenían el homenaje. “¡Néstor Kirchner!”, gritaba alguien. “Presente”, le respondían. “¡Ahora!”, volvía a gritar. “¡Y siempre!”, le respondían. En las baldosas, unos jóvenes habían escrito mensajes a la Presidenta, a Néstor y alentaban a la gente a dejar allí mismo papeles precarios, pero con sentido. Pronto, todo un sector de la plaza estaba lleno de últimas cartas al fundador del kirchnerismo. Temprano llegaban parejas de dos hombres o dos mujeres tomados de la mano: la comunidad gay no iba a dejar de homenajear al fundador del movimiento que había hecho posible el matrimonio igualitario. Como una línea imaginaria que dividía la plaza en dos y que excedía sus límites, se había formado una fila de gente que sostenía ramos de flores en sus manos, que llevaban cartulinas escritas con dedicación, con inscripciones que se repetían porque uno solo era el espíritu: “Fuerza, Cristina”, “Gracias, Néstor”, “Estamos con vos, Cristina”, “Cristina, no nos dejes”. La fila se detenía en el vallado de la Pirámide y, de a grupos, la policía les permitía atravesarlo. Caminaban en silencio hasta la siguiente valla y colocaban en el enrejado las cartulinas, pegaban banderas, se sacaban fotos, depositaban las flores. En un cartel, dos banderas latinoamericanas se unían: “Bolivia presente. Cristina, ten valor”, decía. En el centro de la plaza un busto gigantesco de una mujer que representa a la Argentina ingresó en medio de los aplausos de la asistencia. Un militante de La Cámpora se trepó a la Pirámide y colgó la figura de Néstor Kirchner transformado en El Eternauta, como si fuera un deseo que comenzaba a realizarse por la operación que construye un mito. De pronto, alguien gritó: “¡Viva Néstor!” y todos respondieron. “¡Viva Cristina! ¡Viva la Argentina!”. Mientras tanto las columnas seguían llegando sin parar.
Cuando el sol se ponía, arribaron los contingentes más importantes. Delegaciones de sindicatos, organizaciones barriales del conurbano, HIJOS, las Madres de Plaza de Mayo, pero principalmente gente de clase media, que arribaba de manera autónoma, que había querido estar, que había decidido estar. “Kirchner no se murió, Kirchner no se murió, / que se muera Magnetto, la puta madre que lo parió”, cantaba un grupo y la consigna se extendía. Un chico de veinte años con los ojos llorosos cargaba a un bebé en sus brazos y se metía en la columna de HIJOS para marchar, un hombre canoso abrazaba a su mujer y la alentaba en el oído. De pronto, un canto ganaba todas las gargantas, se convertía en un grito unánime: “¡Andate Cobos, la puta que te parió!”. Un reclamo de renuncia hecho canción, transformado en la consigna política de la noche, repetido por la multitud con firmeza, con convicción. “¿Cómo podría hacerse el boludo ante todos nosotros y quedarse en la vicepresidencia después de esto?”, se preguntaba una mujer treintañera.
La multitud en acto implica un despliegue de energía. Los cantos que se convierten en consignas le otorgan un sentido a la multitud. El homenaje al ex presidente fallecido esa misma mañana se transformó en una multitudinaria concentración nocturna con un definido carácter político y emocional que señaló como incompatible con el dolor social general la permanencia de Julio Cobos en el Poder Ejecutivo. Que responsabilizó a Héctor Magnetto como una de las causas de la pérdida de su líder. Y que no exteriorizó, sino mayoritariamente por medio de grafías, el apoyo a Cristina, que sí se iba a expresar masivamente unas horas después, durante el velorio. Los carteles y flores y banderas que le deseaban que atravesara con fuerza las circunstancias no se reflejaban en las voces. Esa noche se masificó la bronca por la pérdida de Kirchner, se manifestó la noción que lo postula como irremplazable. Se mostró el dolor. Leonel mira los carteles con mensajes a la Presidenta que pueblan las baldosas de alrededor de la Pirámide de Mayo. Uno dice: “Fuerza Cris. Tengo 9 años y perdí a mi abuelo en ela ño 2008. Sé lo que se siente, pero la vida continúa. Candela”. Leonel aprieta una bandera celeste y blanca entre sus manos, lee atento. Una lágrima cae y ya no puede parar, se tapa la cara en una imagen del desconsuelo. “Yo nací en el ’92, en plena década menemista, pero este tipo me hizo creer en la política. Me hizo creer”, dice y asegura que sintió la necesidad de ir hacia la plaza después de haber estado todo el día participando del censo. Leonel forma parte de los miles de jóvenes que esa noche decidieron manifestarse. Tal vez el impulso de la juventud a la política y el retorno mismo de la política sean algunas una de las virtudes que se señalarán a la hora de evaluar el legado de la era que inició el gobierno de Néstor Kirchner.