miércoles, 3 de noviembre de 2010

De los ideales a las convicciones


(TELAM)


Hoy no me resulta sencillo escribir. La emoción da rienda suelta a la tristeza, pero estoy convencido de que no es lo que Néstor Kirchner, un trabajador incansable, esperaría de nosotros para este momento.
Kirchner era un gran hombre. De una voluntad inquebrantable. Un político distinto. Un hombre de sentimientos y definiciones fuertes, inclaudicable en sus convicciones, tenaz en sus ideales.
Fue un gran presidente. Transformador. Encontró un país devastado y luchó sin pausas y sin desmayos por su reconstrucción. Para él, gobernar era un acto militante. Sin tiempo que perder. Fijando prioridades. Con tanta ideología como pragmatismo. Un presidente que entendió que el Estado debía priorizar siempre a los que más necesitan. Ése era su espíritu. Ése es. Y el motor de un proyecto que comenzó a cambiar la historia de los argentinos.
Cuando puso en marcha este proyecto, lo hizo contradiciendo recetas tradicionales. Recetas que sólo habían construido una historia de postergaciones para nuestro país, para nuestro futuro y para el porvenir de Latinoamérica. Sin grandilocuencias, y desde la sensatez, puso al trabajo en el centro de las políticas públicas. Trabajo, empleo, esfuerzo compartido para salir de la postración y encarar el camino del crecimiento con equidad. Y vaya si lo logró. La economía ingresó en un círculo virtuoso que comenzó a dejar atrás todos los vicios de prácticas que nada tenían que ver con la naturaleza de nuestra esencia nacional: una Argentina sólida a partir de la producción, las obras de infraestructuras federales, el trabajo para todos como factor de desarrollo y la dignidad, sobre todo la dignidad.
Marcó un camino de lucha por la inclusión y la justicia social. Los trabajadores y trabajadoras de la Argentina saben que sus derechos fueron recuperados y defendidos por el ex presidente. En este camino, en su presidencia, alcanzó resultados inéditos que llevaron a los argentinos a recobrar su autoestima: cifras récord de empleo, negociaciones colectivas con salarios en recuperación, aumentos jubilatorios, consumo en alza permanente, recaudaciones sostenidas, desendeudamiento para la independencia, reservas como nunca antes. Un giro que no sólo sorprendió a los argentinos, sino a todo el mundo. Giro que se hizo sostenido en una política social contenedora, con avances inéditos en la educación. Con derechos humanos reales, concretos y reivindicativos para empezar a dejar atrás los recuerdos trágicos de una dictadura igualmente trágica.
Kirchner recreó la política en la Argentina. Generó un nuevo debate, una nueva discusión. Nunca con medias tintas. Siempre a fondo y con el apoyo del pueblo, tal como se necesita en las grandes transformaciones. Así lo hizo como presidente de todos los argentinos y como impulsor –desde la vida partidaria– de un Frente para la Victoria que le dio al justicialismo una nueva dinámica, un nuevo valor, sostenidos en la justicia social de Perón y de Evita.
É ste era su compromiso y es el nuestro. Ahora más que nunca. Una entrega a puro corazón no puede admitir claudicaciones. Así lo entendieron los miles de miles que fueron a despedirlo con tantas palabras de pesar como de agradecimiento, con tanto sentir como expresiones de fuerza. Así lo asumieron los jóvenes de todo el país. Así lo entendemos en el Gobierno y, por supuesto, así lo vive la Presidenta.
Cristina Fernández de Kirchner es, como Néstor, una raza política diferente. Que se fortalece en el dolor. Que no entiende de pasos hacia atrás o al costado. Que tiene el futuro como horizonte y el bienestar de los argentinos como objetivo. Con la misma impronta transformadora. Con el mismo respeto por los más necesitados. Con las mismas ganas y el mismo fervor. Y, sobre todo, con la misma idea de no dejar las convicciones en las puertas de la Casa Rosada.
Hoy, Néstor Kirchner no está físicamente. Pero su espíritu sigue siendo el motor de este proyecto que tiene como bandera a todas y a todos los argentinos.

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